Tengo una vecina. Lo se, todos tenemos una, o varias, pero la mía es totalmente real. Finita, preciosa, repleta de juvenil colágeno, ojos oscuros y pelo negro, pero sobre todo me turban sus tremendas y macizas curvas.
Apenas es difícil que coincidamos en el ascensor, en esos cruces casuales me hace saber que aun estudia, y entre miradas furtivas por mi parte, tengo la suerte de saber de sus trabajos ruinosos, de sus pormenores en la facultad e incluso de sus noches de fiesta. Realmente babeo, lo reconozco, podría estar hablándome del apareamiento de los caracoles y yo seguiría con cara de viejo verde, bueno viejo no se, pero verde como un billete de cien euros.
Hoy pude acompañarla un trecho de camino al trabajo y a la facultad, me hablaba de su ex, de sus sueños frustrados de ejecutivo, mientras yo miraba sus pequeños pero empitonados bultos, empujando a través de su jersey. Emanaba un olor delicioso, contoneaba sus caderas apretadas en esos vaqueros estrechísimos, mientras mi mente se imaginaba la escena de un calenton de portal, devorando aquella ninfa entre viandantes, poco me importaba. Así me despedía, viendo el suave contoneo de su trasero que me puso cachondo durante todo el día.